domingo, 20 de junio de 2010

Campo de Batalla la Tierra


Sin duda, la ciencia ficción es un genero que atesora gran numero de encendidas polémicas y debates. Autores y obras que cuentan con apasionados defensores y detractores, que hacen correr ríos de tinta, o de bits en estos tiempos cibernéticos, a la hora de enjuiciar sus presuntos méritos o defectos. Pero si hemos de elegir cual es el esqueleto en el armario por excelencia, la figura que hace que al nombrarla todos los aficionados al genero enrojezcan y miren al suelo, ese es sin duda L. Ron Hubbard, el hombre que colgó la máquina de escribir para internarse en los procelosos mares de la religión. El creador de una secta que se mueve entre el glamour de las grandes estrellas holliwoodienses y los escándalos financieros y judiciales. Hoy nos aproximaremos un poco a la figura del Hubbard escritor. Para hablar del Hubbard predicador, ya hay millones de sitios en Internet donde hacerlo. Y aquí, los predicadores, excepción hecha del personaje de comic que lleva ese nombre, nos interesan bien poco. Pero es innegable que los antecedentes del autor convierten a las dos novelas que componen la serie Campo de batalla La Tierra (1982) en una ambrosía friki de primera categoría.


Vaya por delante el hecho de que yo, personalmente, a los predicadores los tengo catalogados en la misma categoría que a los mosquitos de la malaria o las enfermedades venéreas. El mundo estaría mejor sin ellos. Por si ello no fuera suficiente, cuando cayeron en mis manos las dos novelas que componen la serie de la que hablo, no pude menos que recordar la infame película que se hizo basada en ellas. Es por ello que aborde su lectura cargado con una gran cantidad de prejuicios, y convencido que la abandonaría después de un par de capítulos, arrepintiéndome del tiempo malgastado. Pero cuando no fue así, me dije que a lo mejor era buena idea escribir una pequeña reseña al respecto. E intentar que fuera lo más imparcial posible. Porque todas las que he podido consultar juzgan la obra más en función de la opinión que les merece a su autor el Hubbard predicador que en la de sus propios méritos o carencias.