viernes, 5 de junio de 2015

Rollerball, un deporte bárbaro para el futuro distópico.

De nuevo debo empezar a escribir un artículo pidiendo perdón por haber dejado abandonado este blog durante una temporada bastante larga. Las excusas de siempre, ya saben: he estado muy liado con otros asuntos, y además no me he sentido demasiado inspirado para escribir algo sobre cultura pop durante ese tiempo, etc. Bien, basta de excusas, creo que ha llegado el momento de revivir este blog, y para ello, que mejor que hacerlo con todo un clásico distópico: Rollerball

Que comience la masacre... esto, el partido.

Rollerball (1975)  es una de esas obras de la década de los 70 que, en cierta manera, anticipan la llegada del cyberpunk en la década siguiente. Buena parte de los elementos ya están ahí: el poder omnímodo de las megacorporaciones, la tecnología como herramienta opresiva, la sensación de indefensión del individuo ante la manipulación de estas fuerzas... pero falta aún ese marco narrativo opresivo que reuna a todos estos elementos de forma coherente, y sobre todo, le falta la estética oscura y claustrofóbica, y al mismo tiempo devota de la tecnología. Pero aunque no sea cyberpunk, la idea que transmite es muy parecida. La película, dirigida por Norman Jewison y protagonizada por James Caan, nos muestra un mundo futuro tiránico, idiotizado por un espectáculo brutal, el deporte del rollerball.

A continuación se desvelan detalles de la trama.

La acción transcurre en un hipotético futuro, situado en el año 2018. Es un mundo distópico producto de las Guerras Corporativas, varias veces mencionadas a lo largo de la película, siempre con una connotación de terrorífico tabú. Unas guerras que dejaron a su termino un mundo en poder de las grandes corporaciones, cada una especializada en un área de negocio especifica, y conformando entre todas un gobierno corporativo mundial. Una tiranía que basa su aceptación en el viejo modelo romano de pan y circo, y el circo, en este caso, es un deporte llamado rollerball. Se trata de un juego en el que dos equipos de patinadores, auxiliados por motoristas, se disputan una pelota metálica mientras dan vueltas a una pista ovalada. Prácticamente todo vale para hacerse con el control de la bola y anotar en la meta del rival, o para defender la propia. 

El rollerbal es un espectáculo brutal y alienante que entusiasma a las masas, y que al mismo tiempo que cumple con esta función estupidizante, transmite unos valores ideológicos muy concretos de la sociedad corporativa que lo patrocina: nadie es imprescindible, solo el equipo, como símbolo de la sociedad, es importante. Para enfatizar esta idea, se procura que la rotación de los jugadores en las plantillas sea constante. Por su parte, los jugadores profesionales que lo practican acostumbran a ser auténticos mercenarios, interesados solo en el dinero y el status social que les proporciona participar en este espectáculo, tanto durante sus carreras en activo como cuando, una vez retirados, disfrutan de jubilaciones doradas financiadas por los sponsors corporativos.

El jugador estrella del equipo de Houston y protagonista de la historia, Jonathan E.

En este mundo donde la máxima aspiración de los profesionales es ganar fama rápida para retirarse pronto, y así poder disfrutar cuanto antes de una vida regalada, Jonathan E. (James Caan) es una excepción. Lleva ya 10 años de exitosa carrera en el equipo de Houston, y no se plantea la retirada. Se ha convertido en la estrella mas reconocible no solo de su equipo, sino del mismo deporte del rollerball. Su popularidad se ha convertido en un problema, ya que Jonathan es un ídolo en una sociedad que niega los ídolos. La poderosa corporación de la energía de Houston, patrocinadora del equipo, quiere forzarle a retirarse antes de que termine la temporada en juego, pero él se niega, a pesar de la tentadora oferta que le hacen. Para Jonathan la práctica del rollerball se ha convertido en su vía de evasión particular, después de que su esposa le abandonase por un ejecutivo de la citada corporación, motivo por el que desconfía de la sociedad corporativa. Al principio esta desconfianza es inconsciente, pero poco a poco irá convirtiéndose en consciente.

En esta sociedad donde todos cumplen con el papel que se les asigna, y la disidencia no se tolera, la última negativa de Jonathan a aceptar retirarse ha enfurecido a los sponsors corporativos que controlan la competición. Si no acepta retirarse por las buenas, le forzarán a retirarse a las malas. Para ello irán introduciendo una serie de modificaciones progresivas en el reglamento. La idea es potenciar el juego más duro y violento, y que, o bien Jonathan asuma por fin que ya esta viejo para esto y acepte retirarse, o bien sufra un lamentable accidente que le incapacite para la practica de un juego en el que las lesiones graves, e incluso las muertes, no son raras en la cancha. Con ello convertirán un espectáculo ya de por si brutal en una sangrienta carnicería.

Fin de la zona de peligro de spoilers

El juego ficticio de la película se inspira en un deporte real, el roller derby (a veces erróneamente llamado también rollerball, debido a la influencia de la película de que hablamos) que explicado en forma muy simple viene a ser una carrera entre dos equipos de patinadores en una pista ovalada, durante la que se permite un cierto grado de contacto físico a fin de obstaculizar y/o derribar a los rivales. En contraste con su contraparte ficticia, pletórica de testosterona, el "rollerball" real es una disciplina casi exclusivamente femenina. Durante mucho tiempo considerado un deporte menor, estrictamente norteamericano, y más parecido a un espectáculo de lucha libre que a una verdadera competición, últimamente ha sido reivindicado y comienza a ponerse de moda internacionalmente, y a disfrutar de una verdadera estructura competitiva. El deporte ficticio de la película toma como base este deporte, le añade la pelota metálica en juego, las motocicletas que los patinadores pueden aprovechar para dejarse remolcar y así tomar impulso, y lo remata todo con unos toques de estética sado-masoquista. El efecto global que consigue esta mezcla en las escenas de acción, centradas en la cancha de juego, es ciertamente impactante.

Pues sí, el "rollerball" en la vida real es cosa de chicas...

Aparte de las escenas de acción, otro de los puntos fuertes de esta película es su banda sonora. La apuesta que se hace por la música clásica en algunos de los momentos claves del desarrollo de la acción es toda una seña de identidad. Especialmente impresionante es la secuencia inicial en la que técnicos y árbitros preparan la cancha de juego para el partido con la música de órgano de Bach de fondo. Pero si tiene puntos fuertes, también los tiene débiles. La estética "setentera" que impregna la película en las escenas fuera de la cancha de juego no ha resistido bien el paso del tiempo, y resulta extraña y un tanto ridícula vista hoy en día. De este clásico de culto se hizo un lamentable remake en 2002 que ni de lejos captura la atmósfera inquietante que, aún con su estética pasada de moda, sigue dejando hoy en día el visionado de la película original de 1975. Un clásico imprescindible para el aficionado al cine distópico.



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